Las delgadas líneas horizontales se hacen más nítidas y brillantes a medida que abre los ojos y comienza a despertar. Afina la mirada e intenta reconocer el espacio, pero la oscuridad la rodea y no sabe dónde está. Asustada, cierra los ojos, espera unos instantes y los vuelve a abrir. Con cautela dirige la mirada hacia las líneas luminosas, que ahora están más intensas y amenazantes y parecen resplandecer. Esconde la cabeza bajo las sábanas y comienza a llorar. Pero repentinamente una palabra asalta su mente: se aferra a ella y la repite una y otra vez: postigo, postigo, postigo, hasta que repentinamente cobra sentido y comprende todo su oculto significado: ¡pero si estoy en la casa de mis abuelos! ríe ya completamente despierta al tiempo que percibe los ruidos conocidos del jardín, el trajín de la casa a la hora del desayuno, el sonido de las cucharitas de té, el golpe ligero de las tazas contra los platillos y huele el aroma del café que prepara el abuelo todas las mañanas. Se sienta en la cama feliz, sabe que pronto entrará la abuela y abrirá los postigos y entonces desaparecerán las malvadas líneas de luz de la ventana y se convertirán en una gran mancha de sol sobre su cama. Le traerán el desayuno y sacará muchos terrones de azúcar del azucarero, luego la levantarán y jugará en el jardín con su amiguita de la casa del frente, deshojarán los pétalos de los cardenales y se los pondrán sobre las uñas, patinarán en la terraza recién encerada y comerán todos los chocolates que le compró el abuelo.
-¡Miren que amaneció flojita hoy día mi niña. ¡Son más de las diez y recién se está despertando! Tomemos el desayuno bien rápido para levantarla. El día está precioso doña Blanquita y su amiga nueva, la abuelita que llegó ayer la está esperando hace rato en el jardín.
Marzo 2015
Ximena