jueves, 19 de marzo de 2020

DESPERTAR.

     


            Las delgadas líneas horizontales se hacen más nítidas y brillantes a medida que abre los ojos y comienza a despertar. Afina la mirada e intenta reconocer el espacio, pero la oscuridad la rodea y no sabe dónde está.    Asustada, cierra los ojos, espera unos instantes y los vuelve a abrir.    Con cautela dirige la mirada hacia las líneas luminosas,  que ahora están más intensas y amenazantes y parecen resplandecer.    Esconde la cabeza bajo las sábanas y comienza a llorar.    Pero repentinamente una palabra asalta su mente: se aferra a ella y la repite una y otra vez: postigo, postigo, postigo,  hasta que repentinamente cobra sentido y comprende todo su oculto significado: ¡pero si estoy en la casa de mis abuelos! ríe ya completamente despierta al tiempo que percibe los ruidos conocidos del jardín, el trajín de la casa a la hora del desayuno, el sonido de las cucharitas de té, el golpe ligero de las tazas contra los platillos y huele el aroma del café que prepara el abuelo todas las mañanas.    Se sienta en la cama feliz,  sabe que pronto entrará la abuela y abrirá los postigos y entonces desaparecerán las malvadas líneas de luz de la ventana y se convertirán en una gran mancha de sol sobre su cama.    Le traerán el desayuno y sacará muchos terrones de azúcar del azucarero, luego la levantarán y jugará en el jardín con su amiguita de la casa del frente,  deshojarán los pétalos de los cardenales y se los pondrán sobre las uñas, patinarán en la terraza recién encerada y comerán todos los chocolates que le compró el abuelo. 

      -¡Miren que amaneció flojita hoy día mi niña. ¡Son más de las diez y recién se está despertando! Tomemos el desayuno bien rápido para levantarla.  El día está precioso doña Blanquita y su amiga nueva, la abuelita que llegó ayer la está esperando hace rato en el jardín. 

Marzo 2015

Ximena

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