Te quitas el delantal de cocinero y te acercas con la fuente de la carne y nuestras miradas coinciden casi por casualidad. Ríes con las anécdotas de los invitados pero tu mirada está distraída en otro lado del jardín. Observo tus manos cuando nos sentamos a la mesa. Tus manos de siempre, morenas y fuertes, con las venas a flor de piel, ésas que reconocería entre millones, a pesar del paso del tiempo. Tan únicas, tan cercanas, como si nunca hubiera dejado de tenerlas. Ahora menos firmes que entonces -lentas e intensas- expertas en anestesiar las horas y hacer estallar relámpagos a su paso. Las mismas que dejaron de ser mías sin explicación alguna y también sin ninguna pregunta dejé de buscarlas. Esas que ahora te cubren un bostezo y que cada vez me parecen más lejanas. Como si sólo existieran separadas de ti, como si todo lo demás fuera de utilería y no quedara en ellas registro alguno de nosotros: salvo por esta casual coincidencia y el sonido metálico de un leve encuentro en la fuente de la carne.
XIMENA G.
ximegui
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