domingo, 19 de diciembre de 2021

CARMEN


          Bajo la mesa del comedor miro como caen al suelo los pedazos de tela mientras mi mamá va cortando los trajes para la función: en el tocadiscos suena fuerte la música y con mi abuela vamos siguiendo las estrofas que conozco de memoria de tanto que las hemos escuchado, L’amour est un oisseau rebelle y mi tía parece seguirnos con el pedal de la máquina de coser. Escojo los pedazos de seda roja, los rasos amarillos, las gasas más transparentes y las tiras de encaje negro que encuentro en el canasto de costura. Son tan suaves que se me resbalan de los dedos cuando trato de amarrarlas a la cintura de las muñecas españolas, que mi abuela tiene sobre la cómoda de su dormitorio y solo las dejo para mirar cómo ordena encima de su cama los trajes de soldados, cigarreras, toreros y gitanas que terminó de planchar. Trato de ponerme uno de los vestidos, el más lindo de todos, pero es tan largo que me enredo entre los vuelos y no sé cómo sacármelo. Mi abuela llega en mi ayuda y le pido que no me acuse a mi mamá. En la tarde vamos al teatro a entregar el vestuario y me dicen que nos vamos a quedar hasta la noche para ver la función. Mi abuela me lleva a un negocio cercano para comer y me cuenta, como siempre, que la ópera era su vida pero que perdió la voz por un mal amor. Cuando volvemos al teatro ayudo a mi mamá a abrocharle las chaquetas a los soldados mientras se visten en el camarín y un torero me pregunta si me gusta la ópera y yo le digo que sí con la cabeza: me sonríe y me dice que tengo cara de artista, me abraza fuerte y saca un dulce de menta del bolsillo del pantalón, me lo pone en la boca y me quedo con él ayudándole a vestirse hasta que ya está por empezar la función.
Le pido permiso a mi abuela para quedarme al lado del escenario y cuando suben las cortinas siento que el corazón se me sale por la boca, porque la música empieza a sonar tan fuerte que me asusta, como si me bajara por la garganta y se quedara sonando dentro del pecho y parece que yo no fuera yo, o que estoy soñando: todo es nuevo y maravilloso, los trajes de los toreros, las lentejuelas que brillan como mariposas al sol y las voces altas que suben, suben y suben, como si nunca fueran a bajar y finalmente, cuando ella aparece, un frío me baja por la espalda y quiero aprender a bailar como ella, a menear la pollera como si fuera un paraguas que se abre y se cierra al compás de la música y a mover las manos que se cruzan de distintas formas y trato de hacer lo mismo, porque aquí nadie puede verme, entonces decido que quiero ser gitana, de labios rojos y pelo largo que me caiga por la espalda y con ojos grandes y oscuros, para mirar al torero, así como ella lo mira, L’amour est un oissseau rebelle y no puedo aguantar las ganas de llorar cuando aparece el cuchillo brillando bajo las luces y ella cae al suelo y ya no vuelve a levantarse.  Mi abuela tiene que sacarme a tirones del escenario para volver a la casa: le digo que todavía no ha terminado la función y me voy llorando por la calle, pero ya en el bus le pido a mi mamá que me haga un vestido de gitana y que quiero llamarme Carmen, pero no me contesta, mira indignada a mi abuela y le dice fuerte sin importar que la oigan, que mañana mismo irá al colegio para internarme, porque con puras mujeres en la casa y con todo lo que ella me consiente, el niño le va a salir maricón.


Premio Concurso Nacional de Cuentos, Municipalidad de Vitacura, 2018.     

SOLILOQUIO DE TRES MINUTOS.

                       No busqué este oficio, pero cuando llegó a mi puerta no estaba en situación de rechazarlo: una se acostumbra a comer todos los días. Pero mi venganza es blanquear su dinero deshaciéndome de los billetes malolientes lo más rápido posible y humillándolo cada tarde cuando lo obligo secretamente a confrontarse en mi interior con la belleza y el placer que a él le niego. Preparo la escena cuidadosamente y cubro el espejo del tocador con el velo de la cortina para filtrar el reflejo de la habitación iluminada por las velas y entrar así en el juego. También para filtrarme de la vida que no pasa en vano y ha dejado sus huellas en mi piel. Entrecierro los ojos y juego a mirarme con ojos ajenos. Me gusta lo que devuelve el espejo: el pelo oscuro que cae pesado sobre la espalda desnuda, los pechos apenas cubiertos por la seda roja, los ojos de mirada moruna y el sonido de Bizet en el ambiente, que me convierten en la gitana que embruja y enloquece de amor. Aspiro el aroma dulce del incienso y siento un estremecimiento de excitación. Mi alma flota entre la música y el deseo: “si no me quieres, te quiero; y si te quiero, ten cuidado de ti”. Uno, dos, tres, cuatro, cinco golpes en la puerta. Respiro hondo, una dos tres cuatro, cinco veces. Salgo lentamente de la imagen y antes de abrir no me olvido de cubrir el espejo con la colcha roja. Puntualmente, llega arrastrando la eterna sonrisa de dientes gastados y la bolsa que huele a marraquetas recién compradas:con su caminar de pato y el centro de gravedad desplazado por la obesidad da inicio al ritual de cada tarde. El sonido metálico de la hebilla de bronce del cinturón que suena como campanilla vieja cuando cae, arrastrada por el peso del enorme pantalón arrugado, los calzoncillos anchos y plomizos que intenta quitárselos con una dificultad sólo comparable a la de ponérselos; húmedos y deformes como peces descompuestos. El calor del aliento sucio,el sexo insignificante y fláccido cubierto por blondas de carne que cuelgan desde el vientre y que ahora restriega sobre el mío. Entonces comienzo a contar las vigas del techo, me distancio del sudor añejo que me empapa, rescato el aroma del incienso, cierro los ojos ante la inminencia de su sexo y obligo a Bizet a poseerme: me escapo hacia Sevilla y mi alma flota entre la imaginación y la música. "Si no me quieres, te quiero y si te quiero, ten cuidado de ti".  ¿Cuánto  falta para que expire el último jadeo de estos tres minutos? Hoy no me besó. Hoy la felicidad existe.


          

 

 

UNA CARTA DESDE LA CUARENTENA

                         



 
                            Raro todo lo que se está viviendo por estos lados Eduardo.  Como sacado del relato de la peste negra en el Decamerón: dos historias separadas por siglos, pero tan vigentes y similares que  cuesta creerlo.  Estoy en este momento desvelada, escuchando Lohengrin y pensando en tí. Me decido finalmente a escribirte después de tanto tiempo y de tantas ganas de comentarlo contigo.  Nunca 
habríamos imaginado, que en pleno siglo 21 seríamos protagonistas de esta verdadera película de ciencia ficción digna de Spielberg, de las que llenan cines de matiné y producen verdaderos fenómenos de masas en sus estrenos; ésas, que por supuesto a ninguno de los dos nos habría entusiasmado, pero, vaya que nos equivocamos.  Como te conozco, estarás pensando certeramente  cómo cambiará el orden establecido en la vida de las personas: por cierto, seguiras   siendo un maestro de la psiquis humana.   
Fue la noche de año nuevo cuando me enteré de esa epidemia desconocida que se había desatado en China  -nadie sabía muy bien cómo se había originado-  y que desde aquí se veía tan lejana como la gran muralla pero  que empezó a extenderse de forma imparable por el mundo y
un día, entre expectantes, incrėdulos y asustados nos fuimos a cuarentena.  Cuarentena y pandemia, estas palabras que parecen sacadas de la edad media ya nos acompañan diariamente.  Ni en nuestras más densas y locas conversaciones político/filosóficas, aventurando un futuro distópico de pseudo felicidad, con bienes desechables que ya no habría dónde desechar, este guión habría estado en nuestras conversaciones. Ni cuando cayeron las Torres Gemelas y futuro del  Imperio -el humor nunca nos abandonaba- te dije que los gringos no contentos con llevarse nuestras riquezas nos quitarían hasta las efemérides y que el 11 de septiembre ahora les pertenecería,  pero al menos nos quedaba la tranquilidad de que no sufriríamos ningún atentado de aviones a ninguna torre,  porque las torres más altas de Santiago en ese entonces, las de Carlos Antúnez, ya eran un atentado en sí mismas.   (Me parece que esto lo había leído en el Clinic, pero por supuesto nunca te lo confesé).           Esto de la cuarentena ha sido un verdadero reto y un desafío  obligado de proporciones.  Pienso que para tí, metido en tus libros, en tu música y que siempre te ha  cargado la vida social, no sería  un gran problema.  Excepto que si estuvieras todavía aquí yo habría tenido que prestarte temómetro,  proveerte de  paracetamoles, hacer tus pedidos por internet 
-porque de internet no entendías nada-  pero habrías cocinado como los dioses y por supuesto yo habría burlado el confinamiento y bajado los 4 pisos que me separaban de tu departamento, me harías la reverencia al abrir la puerta con el consabido, adelante Madame y tendrías puesta la mesa con la loza inglesa de tu mamá que guardabas en el mueble del comedor.  Ése en el que ella armaba su altar y hacía sus liturgias cuando venía a Santiago,  -el carrete de la señora Carmen le puse yo-  y que apenas ella salía por la puerta de vuelta a Viña, tú guardabas santos, biblias, rosarios y todo rastro religioso.   
Por supuesto,  tendrías el mejor vino del mercado y después del café con cardamomo el departamento se llenaría de música, Lohengrin, obviamente y me harías escuchar varias veces la obertura y yo tendría la irreverencia de decir que encontraba denso a Wagner y así como al desgaire, diría que Woody Allen le comentó a Diane Keaton, en Crimen En Nueva York,  que de tanto escuchar a Wagner le estaban dando ganas de invadir Polonia.  Entonces tú me soltarías una de esas miradas indescriptibles y  preferirías dejar a Wagner hasta ahí y yo haría esfuerzos por no reírme fuerte.  Por supuesto,  después no faltarían los magistrales  análisis psicológicos sobre los personajes políticos del momento   
-obviamente con el correspondiente humor negro, mientras dejabas la pipa en cualquier parte, hasta que empezaba a salir olor a tela chamuscada.    
            
     Eduardo, te diré que este encierro, con todel cambio brutal que ha  significado, no ha sido malo para mi:  reencontrarme con el tiempo y el silencio ha sido bueno.  Descubrir que no tengo la obligación de ser productiva sin posibilidad de sentir culpa, es una revelación absolutamente inesperada. He tenido todo el tiempo del mundo para escuchar  música, para pensar y para recordar.   Pero por sobre todo, para escribir.  Tú siempre me dijiste que lo hiciera en serio, pero siempre terminaba ganándome el pudor. En eso nunca te has equivocado:  a pesar de todo soy una tímida que no ejerce.   
 
 De mis incursiones en internet no te voy a contar nada, o casi nada.   No lo entenderías: pero en estas circunstancias es más que  juegos en linea o chats para adolescentes como decías tú.   Los tiempos han cambiado y cuando la verdad noticiosa depende de quién la paga, las redes sociales son algo especial.  En ellas, la opinión se volvió democrática y ahí todos pesamos lo mismo.  No siempre cuenta que seas importante y aunque te rías,  tengo al mismísimo Obama de seguidor.  (Nunca supe qué hice para lograrlo).
Lo importante en realidad es que somos millones  los que estamos en el mismo carro, con los mismos miedos e incertidumbre y pareciera que el temor se diluye cuando se comparte entre tantos.                                                Bueno mi querido amigo del alma, ahora me voy a dormir. Supongo que es muy tarde, pero como del cambio de hora ninguno de mis aparatos se enteró
-mucho menos el reloj de la cocina, que por falta de pilas llegó hasta donde llegó,  pero no importa. Para eso sirven los relojes en cuarentena: para nada. 
Será entonces hasta que volvamos a encontrarnos. Yo, con alguna vacuna que supongo  podrán desarrollar y tú sin ninguna. Allá donde  te encuentres estarás entre los elegidos y los elegidos no las necesitan.   

 Un abrazo y mi recuerdo.

                                  Mayo 2020