domingo, 19 de diciembre de 2021

UNA CARTA DESDE LA CUARENTENA

                         



 
                            Raro todo lo que se está viviendo por estos lados Eduardo.  Como sacado del relato de la peste negra en el Decamerón: dos historias separadas por siglos, pero tan vigentes y similares que  cuesta creerlo.  Estoy en este momento desvelada, escuchando Lohengrin y pensando en tí. Me decido finalmente a escribirte después de tanto tiempo y de tantas ganas de comentarlo contigo.  Nunca 
habríamos imaginado, que en pleno siglo 21 seríamos protagonistas de esta verdadera película de ciencia ficción digna de Spielberg, de las que llenan cines de matiné y producen verdaderos fenómenos de masas en sus estrenos; ésas, que por supuesto a ninguno de los dos nos habría entusiasmado, pero, vaya que nos equivocamos.  Como te conozco, estarás pensando certeramente  cómo cambiará el orden establecido en la vida de las personas: por cierto, seguiras   siendo un maestro de la psiquis humana.   
Fue la noche de año nuevo cuando me enteré de esa epidemia desconocida que se había desatado en China  -nadie sabía muy bien cómo se había originado-  y que desde aquí se veía tan lejana como la gran muralla pero  que empezó a extenderse de forma imparable por el mundo y
un día, entre expectantes, incrėdulos y asustados nos fuimos a cuarentena.  Cuarentena y pandemia, estas palabras que parecen sacadas de la edad media ya nos acompañan diariamente.  Ni en nuestras más densas y locas conversaciones político/filosóficas, aventurando un futuro distópico de pseudo felicidad, con bienes desechables que ya no habría dónde desechar, este guión habría estado en nuestras conversaciones. Ni cuando cayeron las Torres Gemelas y futuro del  Imperio -el humor nunca nos abandonaba- te dije que los gringos no contentos con llevarse nuestras riquezas nos quitarían hasta las efemérides y que el 11 de septiembre ahora les pertenecería,  pero al menos nos quedaba la tranquilidad de que no sufriríamos ningún atentado de aviones a ninguna torre,  porque las torres más altas de Santiago en ese entonces, las de Carlos Antúnez, ya eran un atentado en sí mismas.   (Me parece que esto lo había leído en el Clinic, pero por supuesto nunca te lo confesé).           Esto de la cuarentena ha sido un verdadero reto y un desafío  obligado de proporciones.  Pienso que para tí, metido en tus libros, en tu música y que siempre te ha  cargado la vida social, no sería  un gran problema.  Excepto que si estuvieras todavía aquí yo habría tenido que prestarte temómetro,  proveerte de  paracetamoles, hacer tus pedidos por internet 
-porque de internet no entendías nada-  pero habrías cocinado como los dioses y por supuesto yo habría burlado el confinamiento y bajado los 4 pisos que me separaban de tu departamento, me harías la reverencia al abrir la puerta con el consabido, adelante Madame y tendrías puesta la mesa con la loza inglesa de tu mamá que guardabas en el mueble del comedor.  Ése en el que ella armaba su altar y hacía sus liturgias cuando venía a Santiago,  -el carrete de la señora Carmen le puse yo-  y que apenas ella salía por la puerta de vuelta a Viña, tú guardabas santos, biblias, rosarios y todo rastro religioso.   
Por supuesto,  tendrías el mejor vino del mercado y después del café con cardamomo el departamento se llenaría de música, Lohengrin, obviamente y me harías escuchar varias veces la obertura y yo tendría la irreverencia de decir que encontraba denso a Wagner y así como al desgaire, diría que Woody Allen le comentó a Diane Keaton, en Crimen En Nueva York,  que de tanto escuchar a Wagner le estaban dando ganas de invadir Polonia.  Entonces tú me soltarías una de esas miradas indescriptibles y  preferirías dejar a Wagner hasta ahí y yo haría esfuerzos por no reírme fuerte.  Por supuesto,  después no faltarían los magistrales  análisis psicológicos sobre los personajes políticos del momento   
-obviamente con el correspondiente humor negro, mientras dejabas la pipa en cualquier parte, hasta que empezaba a salir olor a tela chamuscada.    
            
     Eduardo, te diré que este encierro, con todel cambio brutal que ha  significado, no ha sido malo para mi:  reencontrarme con el tiempo y el silencio ha sido bueno.  Descubrir que no tengo la obligación de ser productiva sin posibilidad de sentir culpa, es una revelación absolutamente inesperada. He tenido todo el tiempo del mundo para escuchar  música, para pensar y para recordar.   Pero por sobre todo, para escribir.  Tú siempre me dijiste que lo hiciera en serio, pero siempre terminaba ganándome el pudor. En eso nunca te has equivocado:  a pesar de todo soy una tímida que no ejerce.   
 
 De mis incursiones en internet no te voy a contar nada, o casi nada.   No lo entenderías: pero en estas circunstancias es más que  juegos en linea o chats para adolescentes como decías tú.   Los tiempos han cambiado y cuando la verdad noticiosa depende de quién la paga, las redes sociales son algo especial.  En ellas, la opinión se volvió democrática y ahí todos pesamos lo mismo.  No siempre cuenta que seas importante y aunque te rías,  tengo al mismísimo Obama de seguidor.  (Nunca supe qué hice para lograrlo).
Lo importante en realidad es que somos millones  los que estamos en el mismo carro, con los mismos miedos e incertidumbre y pareciera que el temor se diluye cuando se comparte entre tantos.                                                Bueno mi querido amigo del alma, ahora me voy a dormir. Supongo que es muy tarde, pero como del cambio de hora ninguno de mis aparatos se enteró
-mucho menos el reloj de la cocina, que por falta de pilas llegó hasta donde llegó,  pero no importa. Para eso sirven los relojes en cuarentena: para nada. 
Será entonces hasta que volvamos a encontrarnos. Yo, con alguna vacuna que supongo  podrán desarrollar y tú sin ninguna. Allá donde  te encuentres estarás entre los elegidos y los elegidos no las necesitan.   

 Un abrazo y mi recuerdo.

                                  Mayo 2020


 
       

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