domingo, 19 de diciembre de 2021

SOLILOQUIO DE TRES MINUTOS.

                       No busqué este oficio, pero cuando llegó a mi puerta no estaba en situación de rechazarlo: una se acostumbra a comer todos los días. Pero mi venganza es blanquear su dinero deshaciéndome de los billetes malolientes lo más rápido posible y humillándolo cada tarde cuando lo obligo secretamente a confrontarse en mi interior con la belleza y el placer que a él le niego. Preparo la escena cuidadosamente y cubro el espejo del tocador con el velo de la cortina para filtrar el reflejo de la habitación iluminada por las velas y entrar así en el juego. También para filtrarme de la vida que no pasa en vano y ha dejado sus huellas en mi piel. Entrecierro los ojos y juego a mirarme con ojos ajenos. Me gusta lo que devuelve el espejo: el pelo oscuro que cae pesado sobre la espalda desnuda, los pechos apenas cubiertos por la seda roja, los ojos de mirada moruna y el sonido de Bizet en el ambiente, que me convierten en la gitana que embruja y enloquece de amor. Aspiro el aroma dulce del incienso y siento un estremecimiento de excitación. Mi alma flota entre la música y el deseo: “si no me quieres, te quiero; y si te quiero, ten cuidado de ti”. Uno, dos, tres, cuatro, cinco golpes en la puerta. Respiro hondo, una dos tres cuatro, cinco veces. Salgo lentamente de la imagen y antes de abrir no me olvido de cubrir el espejo con la colcha roja. Puntualmente, llega arrastrando la eterna sonrisa de dientes gastados y la bolsa que huele a marraquetas recién compradas:con su caminar de pato y el centro de gravedad desplazado por la obesidad da inicio al ritual de cada tarde. El sonido metálico de la hebilla de bronce del cinturón que suena como campanilla vieja cuando cae, arrastrada por el peso del enorme pantalón arrugado, los calzoncillos anchos y plomizos que intenta quitárselos con una dificultad sólo comparable a la de ponérselos; húmedos y deformes como peces descompuestos. El calor del aliento sucio,el sexo insignificante y fláccido cubierto por blondas de carne que cuelgan desde el vientre y que ahora restriega sobre el mío. Entonces comienzo a contar las vigas del techo, me distancio del sudor añejo que me empapa, rescato el aroma del incienso, cierro los ojos ante la inminencia de su sexo y obligo a Bizet a poseerme: me escapo hacia Sevilla y mi alma flota entre la imaginación y la música. "Si no me quieres, te quiero y si te quiero, ten cuidado de ti".  ¿Cuánto  falta para que expire el último jadeo de estos tres minutos? Hoy no me besó. Hoy la felicidad existe.


          

 

 

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