martes, 20 de septiembre de 2022

EL COMITÉ DE EXPERTOS.

 



El COMITÉ DE EXPERTOS

Cuando empezaron a nacer sólo niños en los años terminados en número par y niñas en los impares, fue que la comunidad decidió por amplio consenso que el tema debía ser elevado a las más altas instancias gubernamentales y habría que elegir un COMITÉ DE EXPERTOS para estudiar el curioso fenómeno, de graves consecuencias para el sistemas estadístico de la nación, amén de la posible inhibición del acto de la procreación, puesto que el conocer de antemano su resultado podría suprimIr la emoción básica y esencial de la sorpresa.

Tras una magna consulta popular, en la que prácticamente nadie se abstuvo dado el alto interés suscitado, la afluencia de votantes no se detuvo en todo el día y finalmente cuando el Alcalde leyó los resultados, el pueblo entero salió a celebrar a las plazas, puesto que todos los candidatos propuestos habían sido elegidos. El Comité de Expertos, por tanto, quedaba conformado por magistrados y jurisconsultos de notable trayectoria; por eminentes y sabios galenos y por astrónomos destacados, varios de ellos expertos en el estudio de las estrellas enanas. Todos, como se ha dicho, ciudadanos notables -con la sola excepción de la ilustre pitonisa del pueblo- cuya fama de vidente y experta en refranes populares, la hacían imprescindible en la tarea y a quien el Alcalde, con gran pompa, le hiciera entrega del valioso Tarot, con más de un siglo de antigüedad, el que había pertenecido a un marqués de algún remoto lugar.

Muy pronto el Comité se abocó al trabajo de investigar las situaciones y eventos que podrían estar al origen del problema y premunidos de modernas reglas de cálculo, trazaron el espacio probabilístico del tiempo a considerar. Naturalmente, que la inicial circunspección y mesura de los incumbentes fue tomando ribetes complicados a medida que avanzaban en su misión. Las hipótesis planteadas por cada estamento diferían por completo unas de otras y eran rechazadas sistemáticamente por sus oponentes: a saber, los magistrados y jurisconsultos planteaban la teoría de la de la inmutabilidad de las leyes y puesto que las cárceles estaban vacías, postulaban endurecer la legislación para que los ciudadanos tuvieran oportunidad de incumplirlas y así el orden natural volviera al pueblo. Los galenos teorizaban en que la causa probable sería la interacción desordenada de los cuatro humores básicos en el cuerpo de las mujeres, por pensamientos lascivos, posiblemente debido al aprendizaje de la lectura, en tanto, los astrónomos eran de la teoría que el responsable del hecho habría sido el eclipse ocurrido en años anteriores, ya que un eclipse era ni más ni menos el momento en que el sol y la luna apagaban la luz para tener romance y como todo el pueblo había oscurecido vidrios con el humo de velas para observarlo, los astros estaban castigando su insana curiosidad.

Mientras los habitantes del pueblo esperaban noticias en las afueras de la Procuraduría, el Concejo no llegaba a ningún acuerdo. Incluso se comentaba que uno de los galenos habría lanzado una vara de esculapio a un magistrado y éste le habría respondido golpeándolo con el Código Penal.

Por cierto todas estas habladurías eran falsas, aunque en alguna oportunidad se vio salir a algún galeno con un ojo morado y a uno que otro magistrado con evidentes laceraciones en el puente de la nariz.

En tanto, medio año pasaba ya desde la solemne inauguración del ilustre Comité. Medio año en que la ilustre adivinadora, cansada y aburrida
de las disquisiciones de sus notables colegas - sin llegar a resolución alguna - decidió ofrecer sus servicios de adivinación y consultoría a las mujeres del pueblo. Así fue como se abrió la pequeña puerta trasera de la Procuraduría y largas filas de mujeres en edad de merecer, esperaban para recibir los consejos de la adivinadora, quien desplegaba su sapiencia en cada uno de los casos consultados. La Luna, el Carro, la Emperatriz, el Loco, o el Colgado, así como también el Juicio o la Templanza, se manifestaban en su justa interpretación en cada tirada del tarot. Valga como ejemplo, que el Loco podría representar para alguna la necesidad de abrirse a una aventura, como para otra, la necesidad de dejar de lado alguna inconfesada tentación. Asimismo, sirva también como ejemplo -que la Emperatriz podía representar el anuncio de fertilidad- como por el contrario, si aparecía invertida, significaba ausencia de fertilidad por falta de cuidado corporal, especialmente de las partes pudendas. Así, cada consultante obtenía un certero consejo, bajo compromiso de ser practicado con estricta solemnidad.

En tanto, el día número 366 de iniciada su labor los eruditos por fin habían terminado de escribir el extenso y voluminoso tratado. Ninguna de las partes había aceptado las hipótesis de los oponentes, por lo que habían acordado que todas las teorías eran válidas en su mérito y aunque algunas se anulaban o contradecían entre sí, evidentemente no representaría problema alguno su cumplimiento.

Ese mismo día se programó la solemne entrega del valioso tratado a las autoridades ante el pueblo reunido en la plaza mayor, al son de los acordes de la banda instrumental, sin embargo, apenas iniciada la alocución del Alcalde, éste fue violentamente interrumpido por los gritos de la comadrona del pueblo, quien visiblemente alterada, comunicaba ante la incredulidad de los presentes, que siendo éste un año impar, acababa de nacer un niño varón.

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* P.S. El valioso documento quedó bajo custodia especial de las autoridades gubernamentales y su contenido (sirviera o no), era el resultado del trabajo de los mayores eruditos del pueblo, con la salvedad de la ilustre adivinadora y experta en refranes, quien se negó a estampar su firma en el tratado.

Vitacura, 10 de septiembre 2022.

domingo, 19 de diciembre de 2021

CARMEN


          Bajo la mesa del comedor miro como caen al suelo los pedazos de tela mientras mi mamá va cortando los trajes para la función: en el tocadiscos suena fuerte la música y con mi abuela vamos siguiendo las estrofas que conozco de memoria de tanto que las hemos escuchado, L’amour est un oisseau rebelle y mi tía parece seguirnos con el pedal de la máquina de coser. Escojo los pedazos de seda roja, los rasos amarillos, las gasas más transparentes y las tiras de encaje negro que encuentro en el canasto de costura. Son tan suaves que se me resbalan de los dedos cuando trato de amarrarlas a la cintura de las muñecas españolas, que mi abuela tiene sobre la cómoda de su dormitorio y solo las dejo para mirar cómo ordena encima de su cama los trajes de soldados, cigarreras, toreros y gitanas que terminó de planchar. Trato de ponerme uno de los vestidos, el más lindo de todos, pero es tan largo que me enredo entre los vuelos y no sé cómo sacármelo. Mi abuela llega en mi ayuda y le pido que no me acuse a mi mamá. En la tarde vamos al teatro a entregar el vestuario y me dicen que nos vamos a quedar hasta la noche para ver la función. Mi abuela me lleva a un negocio cercano para comer y me cuenta, como siempre, que la ópera era su vida pero que perdió la voz por un mal amor. Cuando volvemos al teatro ayudo a mi mamá a abrocharle las chaquetas a los soldados mientras se visten en el camarín y un torero me pregunta si me gusta la ópera y yo le digo que sí con la cabeza: me sonríe y me dice que tengo cara de artista, me abraza fuerte y saca un dulce de menta del bolsillo del pantalón, me lo pone en la boca y me quedo con él ayudándole a vestirse hasta que ya está por empezar la función.
Le pido permiso a mi abuela para quedarme al lado del escenario y cuando suben las cortinas siento que el corazón se me sale por la boca, porque la música empieza a sonar tan fuerte que me asusta, como si me bajara por la garganta y se quedara sonando dentro del pecho y parece que yo no fuera yo, o que estoy soñando: todo es nuevo y maravilloso, los trajes de los toreros, las lentejuelas que brillan como mariposas al sol y las voces altas que suben, suben y suben, como si nunca fueran a bajar y finalmente, cuando ella aparece, un frío me baja por la espalda y quiero aprender a bailar como ella, a menear la pollera como si fuera un paraguas que se abre y se cierra al compás de la música y a mover las manos que se cruzan de distintas formas y trato de hacer lo mismo, porque aquí nadie puede verme, entonces decido que quiero ser gitana, de labios rojos y pelo largo que me caiga por la espalda y con ojos grandes y oscuros, para mirar al torero, así como ella lo mira, L’amour est un oissseau rebelle y no puedo aguantar las ganas de llorar cuando aparece el cuchillo brillando bajo las luces y ella cae al suelo y ya no vuelve a levantarse.  Mi abuela tiene que sacarme a tirones del escenario para volver a la casa: le digo que todavía no ha terminado la función y me voy llorando por la calle, pero ya en el bus le pido a mi mamá que me haga un vestido de gitana y que quiero llamarme Carmen, pero no me contesta, mira indignada a mi abuela y le dice fuerte sin importar que la oigan, que mañana mismo irá al colegio para internarme, porque con puras mujeres en la casa y con todo lo que ella me consiente, el niño le va a salir maricón.


Premio Concurso Nacional de Cuentos, Municipalidad de Vitacura, 2018.     

SOLILOQUIO DE TRES MINUTOS.

                       No busqué este oficio, pero cuando llegó a mi puerta no estaba en situación de rechazarlo: una se acostumbra a comer todos los días. Pero mi venganza es blanquear su dinero deshaciéndome de los billetes malolientes lo más rápido posible y humillándolo cada tarde cuando lo obligo secretamente a confrontarse en mi interior con la belleza y el placer que a él le niego. Preparo la escena cuidadosamente y cubro el espejo del tocador con el velo de la cortina para filtrar el reflejo de la habitación iluminada por las velas y entrar así en el juego. También para filtrarme de la vida que no pasa en vano y ha dejado sus huellas en mi piel. Entrecierro los ojos y juego a mirarme con ojos ajenos. Me gusta lo que devuelve el espejo: el pelo oscuro que cae pesado sobre la espalda desnuda, los pechos apenas cubiertos por la seda roja, los ojos de mirada moruna y el sonido de Bizet en el ambiente, que me convierten en la gitana que embruja y enloquece de amor. Aspiro el aroma dulce del incienso y siento un estremecimiento de excitación. Mi alma flota entre la música y el deseo: “si no me quieres, te quiero; y si te quiero, ten cuidado de ti”. Uno, dos, tres, cuatro, cinco golpes en la puerta. Respiro hondo, una dos tres cuatro, cinco veces. Salgo lentamente de la imagen y antes de abrir no me olvido de cubrir el espejo con la colcha roja. Puntualmente, llega arrastrando la eterna sonrisa de dientes gastados y la bolsa que huele a marraquetas recién compradas:con su caminar de pato y el centro de gravedad desplazado por la obesidad da inicio al ritual de cada tarde. El sonido metálico de la hebilla de bronce del cinturón que suena como campanilla vieja cuando cae, arrastrada por el peso del enorme pantalón arrugado, los calzoncillos anchos y plomizos que intenta quitárselos con una dificultad sólo comparable a la de ponérselos; húmedos y deformes como peces descompuestos. El calor del aliento sucio,el sexo insignificante y fláccido cubierto por blondas de carne que cuelgan desde el vientre y que ahora restriega sobre el mío. Entonces comienzo a contar las vigas del techo, me distancio del sudor añejo que me empapa, rescato el aroma del incienso, cierro los ojos ante la inminencia de su sexo y obligo a Bizet a poseerme: me escapo hacia Sevilla y mi alma flota entre la imaginación y la música. "Si no me quieres, te quiero y si te quiero, ten cuidado de ti".  ¿Cuánto  falta para que expire el último jadeo de estos tres minutos? Hoy no me besó. Hoy la felicidad existe.


          

 

 

UNA CARTA DESDE LA CUARENTENA

                         



 
                            Raro todo lo que se está viviendo por estos lados Eduardo.  Como sacado del relato de la peste negra en el Decamerón: dos historias separadas por siglos, pero tan vigentes y similares que  cuesta creerlo.  Estoy en este momento desvelada, escuchando Lohengrin y pensando en tí. Me decido finalmente a escribirte después de tanto tiempo y de tantas ganas de comentarlo contigo.  Nunca 
habríamos imaginado, que en pleno siglo 21 seríamos protagonistas de esta verdadera película de ciencia ficción digna de Spielberg, de las que llenan cines de matiné y producen verdaderos fenómenos de masas en sus estrenos; ésas, que por supuesto a ninguno de los dos nos habría entusiasmado, pero, vaya que nos equivocamos.  Como te conozco, estarás pensando certeramente  cómo cambiará el orden establecido en la vida de las personas: por cierto, seguiras   siendo un maestro de la psiquis humana.   
Fue la noche de año nuevo cuando me enteré de esa epidemia desconocida que se había desatado en China  -nadie sabía muy bien cómo se había originado-  y que desde aquí se veía tan lejana como la gran muralla pero  que empezó a extenderse de forma imparable por el mundo y
un día, entre expectantes, incrėdulos y asustados nos fuimos a cuarentena.  Cuarentena y pandemia, estas palabras que parecen sacadas de la edad media ya nos acompañan diariamente.  Ni en nuestras más densas y locas conversaciones político/filosóficas, aventurando un futuro distópico de pseudo felicidad, con bienes desechables que ya no habría dónde desechar, este guión habría estado en nuestras conversaciones. Ni cuando cayeron las Torres Gemelas y futuro del  Imperio -el humor nunca nos abandonaba- te dije que los gringos no contentos con llevarse nuestras riquezas nos quitarían hasta las efemérides y que el 11 de septiembre ahora les pertenecería,  pero al menos nos quedaba la tranquilidad de que no sufriríamos ningún atentado de aviones a ninguna torre,  porque las torres más altas de Santiago en ese entonces, las de Carlos Antúnez, ya eran un atentado en sí mismas.   (Me parece que esto lo había leído en el Clinic, pero por supuesto nunca te lo confesé).           Esto de la cuarentena ha sido un verdadero reto y un desafío  obligado de proporciones.  Pienso que para tí, metido en tus libros, en tu música y que siempre te ha  cargado la vida social, no sería  un gran problema.  Excepto que si estuvieras todavía aquí yo habría tenido que prestarte temómetro,  proveerte de  paracetamoles, hacer tus pedidos por internet 
-porque de internet no entendías nada-  pero habrías cocinado como los dioses y por supuesto yo habría burlado el confinamiento y bajado los 4 pisos que me separaban de tu departamento, me harías la reverencia al abrir la puerta con el consabido, adelante Madame y tendrías puesta la mesa con la loza inglesa de tu mamá que guardabas en el mueble del comedor.  Ése en el que ella armaba su altar y hacía sus liturgias cuando venía a Santiago,  -el carrete de la señora Carmen le puse yo-  y que apenas ella salía por la puerta de vuelta a Viña, tú guardabas santos, biblias, rosarios y todo rastro religioso.   
Por supuesto,  tendrías el mejor vino del mercado y después del café con cardamomo el departamento se llenaría de música, Lohengrin, obviamente y me harías escuchar varias veces la obertura y yo tendría la irreverencia de decir que encontraba denso a Wagner y así como al desgaire, diría que Woody Allen le comentó a Diane Keaton, en Crimen En Nueva York,  que de tanto escuchar a Wagner le estaban dando ganas de invadir Polonia.  Entonces tú me soltarías una de esas miradas indescriptibles y  preferirías dejar a Wagner hasta ahí y yo haría esfuerzos por no reírme fuerte.  Por supuesto,  después no faltarían los magistrales  análisis psicológicos sobre los personajes políticos del momento   
-obviamente con el correspondiente humor negro, mientras dejabas la pipa en cualquier parte, hasta que empezaba a salir olor a tela chamuscada.    
            
     Eduardo, te diré que este encierro, con todel cambio brutal que ha  significado, no ha sido malo para mi:  reencontrarme con el tiempo y el silencio ha sido bueno.  Descubrir que no tengo la obligación de ser productiva sin posibilidad de sentir culpa, es una revelación absolutamente inesperada. He tenido todo el tiempo del mundo para escuchar  música, para pensar y para recordar.   Pero por sobre todo, para escribir.  Tú siempre me dijiste que lo hiciera en serio, pero siempre terminaba ganándome el pudor. En eso nunca te has equivocado:  a pesar de todo soy una tímida que no ejerce.   
 
 De mis incursiones en internet no te voy a contar nada, o casi nada.   No lo entenderías: pero en estas circunstancias es más que  juegos en linea o chats para adolescentes como decías tú.   Los tiempos han cambiado y cuando la verdad noticiosa depende de quién la paga, las redes sociales son algo especial.  En ellas, la opinión se volvió democrática y ahí todos pesamos lo mismo.  No siempre cuenta que seas importante y aunque te rías,  tengo al mismísimo Obama de seguidor.  (Nunca supe qué hice para lograrlo).
Lo importante en realidad es que somos millones  los que estamos en el mismo carro, con los mismos miedos e incertidumbre y pareciera que el temor se diluye cuando se comparte entre tantos.                                                Bueno mi querido amigo del alma, ahora me voy a dormir. Supongo que es muy tarde, pero como del cambio de hora ninguno de mis aparatos se enteró
-mucho menos el reloj de la cocina, que por falta de pilas llegó hasta donde llegó,  pero no importa. Para eso sirven los relojes en cuarentena: para nada. 
Será entonces hasta que volvamos a encontrarnos. Yo, con alguna vacuna que supongo  podrán desarrollar y tú sin ninguna. Allá donde  te encuentres estarás entre los elegidos y los elegidos no las necesitan.   

 Un abrazo y mi recuerdo.

                                  Mayo 2020


 
       

lunes, 22 de febrero de 2021

Un cuento para contar a Raimundo


     
      
   
                     INSPIRADO EN "ROMANCE DE LA LUNA" DE GARCÍA LORCA-



         TE VOY A CONTAR Raimundo que en una tierra lejana, mucho antes que tu nacieras, había un niño gitano con el pelo como el tuyo y que hechizado por la luna, la miraba y la miraba y la seguía mirando. Tan bella le parecía, que si le hubieran dado a elegir entre ella y las guitarras, la habría elegido a ella. Su resplandor en la noche, afilado como el vidrio y brillante como la plata le parecía un espejo y quiso mirarse en ella, para ver si era verdad que su carita era bronce y sus ojos aceitunas. Sin que nadie lo siguiera se arrancó por el camino y escondido entre los nardos la siguió siempre mirando, hasta que ella se dió cuenta y empezó a acercarse tanto que quedaron frente a frente: él con carita de bronce y ella con cara de luna. Él quiso tocarle el pecho que estaba grande y redondo y olía a leche y canela porque tenía mucha hambre. Ella lo tomó en sus brazos y subió con él al cielo hasta que se perdió en la noche con el gitanito a cuestas. Como el niño no llegaba al campamento gitano lo salieron a buscar pero nunca lo encontraron. Lo buscaron por el campo al galope de caballos y recorrieron caminos haciendo sonar tambores. Y buscaron y buscaron, hasta que se fue la noche y lo siguieron buscando: en el yunque y en la fragua y arriba de los olivos donde estaba la zumaya, que es un pájaro muy feo,    que sólo sale a cantar para anunciar la desgracia.  –La luna se lo ha llevado–  gritó entonces un gitano, cuando empezó a oscurecer y aparecía la noche. Apuntó con su dedo el cielo para que todos la vieran: ¿miren, miren a la luna, ¿no ven que va con un niño tomadito de la mano? 
        
        Pero tú no te irás con ella, ni le tomarás la mano, ni abrirás de nuevo la puerta para irte solito a la calle. Pues si la luna te encontrara, te tomaría en sus brazos, te llevaría con ella, porque también quiere ser madre.   Pero tu mamá es mucho más linda, mucho más que todas ellas, lunas  llenas o menguantes que miras por tu ventana antes de irte a la cama.

sábado, 27 de junio de 2020

DON ENANO.






 
  Cada domingo después de los almuerzos en la casa de la abuela le pedíamos que nos llevara a ver los enanitos del jardín del vecino.   Su dueño nos saludaba quitándose el sombrero tirolés de fieltro verde con pluma, de moda por esos años al vernos detrás de la reja y mi abuela devolvía el saludo con un -otra vez por acá don Enano,  con una sonrisa de complicidad.     Siempre creímos que él    era el papá de los enanitos del jardín y con mis hermanos imaginábamos la casa con camas pequeñas y que cuando llegaba la noche don Enano los entraba a la hora de dormir.  Un domingo nos contó la abuela que se había ido del barrio y nunca más lo volvimos a ver.   Muchos años después, quizás más de cuarenta,  hurgando en una librería de viejos me encontré con una foto del vecino entre las páginas de un libro:  “A mi querida Martita, con el amor de su NANO”.

 
 Premiado Concurso Nacional Cuento Corto "Vida en la Ciudad" Corporación Cultural, Municipalidad de Vitacura.   26 de Junio 2020

jueves, 19 de marzo de 2020

DESPERTAR.

     


            Las delgadas líneas horizontales se hacen más nítidas y brillantes a medida que abre los ojos y comienza a despertar. Afina la mirada e intenta reconocer el espacio, pero la oscuridad la rodea y no sabe dónde está.    Asustada, cierra los ojos, espera unos instantes y los vuelve a abrir.    Con cautela dirige la mirada hacia las líneas luminosas,  que ahora están más intensas y amenazantes y parecen resplandecer.    Esconde la cabeza bajo las sábanas y comienza a llorar.    Pero repentinamente una palabra asalta su mente: se aferra a ella y la repite una y otra vez: postigo, postigo, postigo,  hasta que repentinamente cobra sentido y comprende todo su oculto significado: ¡pero si estoy en la casa de mis abuelos! ríe ya completamente despierta al tiempo que percibe los ruidos conocidos del jardín, el trajín de la casa a la hora del desayuno, el sonido de las cucharitas de té, el golpe ligero de las tazas contra los platillos y huele el aroma del café que prepara el abuelo todas las mañanas.    Se sienta en la cama feliz,  sabe que pronto entrará la abuela y abrirá los postigos y entonces desaparecerán las malvadas líneas de luz de la ventana y se convertirán en una gran mancha de sol sobre su cama.    Le traerán el desayuno y sacará muchos terrones de azúcar del azucarero, luego la levantarán y jugará en el jardín con su amiguita de la casa del frente,  deshojarán los pétalos de los cardenales y se los pondrán sobre las uñas, patinarán en la terraza recién encerada y comerán todos los chocolates que le compró el abuelo. 

      -¡Miren que amaneció flojita hoy día mi niña. ¡Son más de las diez y recién se está despertando! Tomemos el desayuno bien rápido para levantarla.  El día está precioso doña Blanquita y su amiga nueva, la abuelita que llegó ayer la está esperando hace rato en el jardín. 

Marzo 2015

Ximena

lunes, 20 de enero de 2020

BUTTERFLY




Los lilas y anaranjados del atardecer se cuelan a través de las cortinas de rosa empolvado, fundiéndose con los agudos y dulces de  la  ópera.   Entre almohadones ella se va adormeciendo, mientras unas  manos delicadas cepillan sus cabellos y el bel dí, vedremo levarsi un fil di fumo, sul  estremo confin del mare  se va alejando y se confunde con las imágenes del sueño.   Pero ahora el crepúsculo se ha teñido de rojo, del mismo color de los cojines de su cama y no puede respirar.   Ya no siente las delicadas manos sobre sus cabellos: las busca a tientas y las encuentra.  Rígidas, aplastantes, opresoras.   Hasta que las suyas caen lentamente sobre las sábanas  como mariposas de alas rotas 

jueves, 9 de enero de 2020

MANOS


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        Te quitas el delantal de cocinero y te acercas  con la fuente de la carne  y nuestras miradas coinciden casi por casualidad.  Ríes con las anécdotas de los invitados pero tu mirada está distraída en otro lado del jardín. Observo tus manos cuando nos sentamos a la mesa. Tus manos de siempre, morenas y fuertes, con las venas a flor de piel, ésas que reconocería entre millones, a pesar del paso del tiempo. Tan únicas, tan cercanas, como si nunca hubiera dejado de tenerlas. Ahora menos firmes que entonces -lentas e intensas- expertas en anestesiar las horas y hacer estallar relámpagos a su paso.    Las mismas que dejaron de ser mías sin explicación alguna y también sin ninguna pregunta dejé de buscarlas. Esas que ahora te cubren un bostezo y que cada vez me parecen más lejanas. Como si sólo existieran separadas de ti, como si todo lo demás fuera de utilería y no quedara en ellas registro alguno de nosotros: salvo por esta casual coincidencia y el sonido metálico de un leve encuentro en la fuente de la carne. 

 XIMENA G.
ximegui

sábado, 21 de diciembre de 2019

MUCHACHA EN LA VENTANA.


        Si sólo fuera invierno y las casas en el cerro se fundieran con el gris y la niebla desdibujara la bahía.  O si el mar rugiera y levantara las olas hasta quebrarlas en mil partes en la orilla.  O  si el vendaval hinchado de humedad se hundiera en las velas del barco y lo empujara hasta el arrecife y nunca más volviera.  O si el viento penetrara afilado por las rendijas de la ventana y me amenazara con su silbido de serpiente, o si la lluvia en gotas saladas resbalara incansable por los vidrios hasta penetrar en la madera; o si el frío me hiciera encoger y me      obligara a meterme con él en la cama.    Si sólo fuera invierno y él y yo fuéramos uno.    Pero ha estallado el verano con su esplendor arrogante y déspota y su luz obsesiva y clara ha hurgado sin permiso en la nostalgia, paralizándome la piel y los sentidos.   Y la barca que me está mirando se compadece de mí creyéndome lisiada y no la contradigo.   Si sólo fuera invierno:  pero el acoso del sol me agobia mientras el mar observa indiferente.  Entonces cierro definitivamente mi ventana.

ILUSTRACIÓN: CUADRO  "MUCHACHA EN LA VENTANA" DE  SALVADOR DALÍ.           
XIMENA GUIRALDES. 
 

NOCHE ESTERIL


      Las letras  avanzan veloces, se esparcen como 
chispas incandescentes y quedan flotando alrededor de la pantalla:  redondas o afiladas, mordaces o voluptuosas, solas o agrupadas en constelaciones, sin orden lógico, sin freno: buscando febriles descargas de pensamientos que las fecunden y las transformen en mórulas de palabras, en frases plenas de ideas lúcidas, para anidarse en las entrañas de un ordenador.   Vano intento nocturno, infecundas, emprenden veloz viaje en busca de otra pantalla encendida.


 Ximena Guiraldes 
Sep 22.
 

domingo, 8 de diciembre de 2019

LA PLAYA
























        
       Sentí que la quietud de la tarde empezaba a   desaparecer:  percibí en el ambiente algo diferente, inusual  como una vaga sensación de intranquilidad en medio del letargo bajo el sol.   Miré a mi alrededor, pero nada distinto parecía suceder. Cerca de mi, una pareja de adolescentes discutía en voz baja algo que no alcanzaba a escuchar.  Un poco más lejos un grupo de muchachos reía y uno de ellos con voz aguda parecía  imitar a alguien ausente.   Más abajo, una niña vaciaba cuidadosamente la                 crema solar en un balde mientras su madre dormitaba conectada a los audífonos.  El ancho brillo del sol reflejado en el agua a la hora de más calor le daba a la tarde una intensa y cálida serenidad.   Sin embargo, la  percepción de algo inusitado que no lograba identificar, comenzaba a tomar forma entre los quitasoles  y parecía amortiguar las risas, el graznido de las gaviotas y el sonido rítmico del mar.   Pero, todo parecía en calma esa tarde en la playa:   todo menos ese vago apremio, esa expectación, que no lograba darle un nombre.
            En el horizonte un barco carguero se desplazaba lentamente hacia el sur: tuve la impresión de que la delgada línea del horizonte se engrosaba por momentos y su curvatura se hacía cada vez más pronunciada. De pronto reparé en el sonido de las gaviotas, que  había bajado de intensidad y en el ambiente se escuchaba como en sordina un ronco y uniforme graznido.   En pequeñas bandadas volaban hacía el roquerío y cientos de ellas se posaban en confusa multitud. Las olas ahora casi sin sonido dejaban en la arena mojada sucesivas hileras de algas cada vez más lejos de la orilla: gorgoritos de agua y aire explotaban sobre la superficie y una sombra brumosa se estaba
formando sobre el mar.    Me levanté y miré hacia la caseta de los guardacostas.    Los hombres vestidos con chaqueta como de pijamas observaban el mar formando con sus manos un par de binoculares y uno de ellos apuntaba hacia el horizonte.  Les hice señas pero parecieron no verme.   Percibí una leve vibración bajo mis pies,   precedida de un ronco y casi imperceptible sonido, lo que me dió la inequívoca señal:  corrí  hacia las escalinatas de salida, sintiendo que la vibración se transformaba en movimiento y la arena comenzaba a saltar.    Escuché voces de alarma mientras  el movimiento del suelo se hacía más violento y se levantaba en enérgicas ondulaciones.    Intentando avanzar percibí a mi alrededor rostros difusos que subían y bajaban con el movimiento y  el pánico reflejado en ellos. Recuerdo ese preciso instante, el momento exacto en que se hizo el silencio,  para luego estallar en un sólo grito uniforme de terror.  El mar, de un color verde oscuro, como el de una botella sucia, avanzaba en una enorme ola creciendo y tomando altura y ya no se podía avanzar.     Alca ncé a divisar el cielo tiñéndose de verde, mientras la masa cóncava de agua pasaba por sobre mi cabeza,  lenta y pesada antes de a caerme encima, justo en el instante entre el letargo y la vigilia y mi sobresal to me saca a tiempo del horror.
          Cerca de mi, la pareja de adolescentes discutía ahora en voz alta, más lejos los muchachos corrían con las tablas hacia el mar y todo parecía en calma en la playa esa tarde.  Todo, menos esa sensación de apremio que ahora tenía nombre.

XIMENA G. 
ximegui

sábado, 13 de diciembre de 2014

AÑO NUEVO EN MARCOLETA

                                                                  Soñé que la calle se me arrancaba y trataba de llamarla pero no recordaba su nombre.    Con ella se escapaba también la casa y su amplia entrada,  e ventanal de vitrales y la carcajada ancha de su dueño y ya no quedaba nada: ni el asombro de mi primer trasnoche, encandilada de lámparas encendidas y de voces gritando a coro cinco, cuatro, tres, dos, uno y el estallido de abrazos champaña y música y el vestido tornasol de mi mamá ondeando al son de Delicado y el bote de helados en la cocina y las ganas de dormir que me vence entre los abrigos y entonces llega el sueño y en él recupero la calle, me acuerdo de su nombre y todo vuelve a su sitio: la casa de amplia entrada, el ventanal de vitrales, la carcajada ancha de su dueño, mi asombro de cuatro años y el año nuevo en la casa de Marcoleta.

Primer lugar "Concurso Nacional Cuento Corto",
 Corporación Cultural Vitacura,
Septiembre 2019

sábado, 22 de noviembre de 2014

Summer's Gone

SUMMER'S GONE



                    





                                       
            En la radio se escucha fuerte,  aquí vine porque vine a la feria de las flores a ver una rosa huraña que es la flor de mis amores mientras   arrastramos las sillas del comedor hasta el patio para subirnos y mirar por encima de la pandereta  hacia el sitio del lado.   Estoy feliz.  Esa es  mi canción y suena justo ahora que por fin vamos a ver  todo lo que  hemos imaginado del otro lado de la muralla:      carruseles con  caballitos que suben y bajan y máquinas para hacer algodones de dulce,  rosados,  enormes,  pegajosos.    No sé si es el desencanto por el cerro de escombros, trapos sucios y latas vacías  que encontramos  -o  es porque mi hermana se pone a cantar mi canción como si fuera de ella-  pero  no puedo aguantar el llanto y aunque ella se enoja,   canto también la suya:   yo tengo unos ojos negros quién me los quiere comprar, los vendo por hechiceros, porque me han pagado mal.

            La radio está siempre sonando en algún lugar de la casa. 
 Hay canciones que me ponen triste, otras me hacen feliz. Pero no  tan feliz como  cuando vamos donde mi abuela  y nos sentamos en la            s gradas de la terraza y nos cuenta cuentos y se detiene sólo para contar los puntos del tejido o cuando desde la casa de la vecina  que tiene uno de esos tocadiscos RCA Victor, se escucha  a San Antonio como es un santo casamentero  y  a pesar de nuestra impaciencia,   la abuela se demora un buen rato  antes de seguir.  Pero hay otra música, la que mi papá escucha fuerte los días domingo en la mañana y las notas del piano parece  que resonaran dentro de mí: entonces nos quedamos en silencio  escuchándolas, me dice que  está tocando Arrau y se ríe porque le digo que él toca igual.    Le pregunto por qué esa música no tiene letra:  me dice que  no la necesita, porque el Claro de Luna  sólo hay que imaginarlo.     Entono la música que tocaron tantas veces en la fiesta de año nuevo y le pido que la toque en el piano.  Al principio salen las notas como a tropezones de sus manos y luego de una sola vez, como si la hubiera tocado siempre.  Entonces vuelvo a sentir la emoción de  mi primer trasnoche,  de las luces encendidas que me encandilan, del bote de helados  en la cocina y del vestido tornasol de mi mamá moviéndose al son de Delicado.       
            Esa música no se parece a la de la fiesta de cumpleaños de mi tía, que miramos a escondidas desde el comedor de la casa de los abuelos y se llena de mambo, que rico el mambo, mambo que rico es,  y se me quita completamente el sueño porque me parece que es la música más linda y alegre que he escuchado en toda mi vida y miramos extasiadas los movimiento de caderas que no logramos imitar.  No entiendo porqué mi abuelo se molesta con ese baile,   pero cuando termina,  tampoco  está tranquilo,  cuando todas las voces se quedan  en   silencio y solo se escucha  desde el tocadiscos, hazla volver a mí, quiero besar su boca, otra vez  junto al mar,  vereda tropical.

            Ahora tenemos tres radios, una en nuestro dormitorio, otra en la pieza de mis papás y otra en el living y siempre hay alguna sonando. Me doy cuenta que  hay un tipo de canciones  con las que  siento el corazón apretado;  especialmente si es domingo en la tarde y todavía no he hecho las tareas.  A mí papá le gustan,  pero  a mi mamá no.    Nos tapamos los oídos cuando las canta o las silba  y aunque  algunas tienen nombres divertidos,  como Cumparsita o el Choclo, nos parecen feas y tristes.    Tampoco me gustan las de amor que escucha mi mamá y nos reímos del cantante porque parece  que estuviera resfriado.   Ella las pone bien  fuerte,  especialmente cuando mi papá va a Santiago  y nosotros creemos que se acuerda de él cuando cierra los ojos y canta, contigo en la distancia, amada mía estás.

            Mi papá compró una electrola y nos trae discos cada vez que va a Santiago.   Ahora sólo nos  gustan las canciones en inglés.  Mi hermano hizo una fiesta para su cumpleaños  y estuvieron con sus amigos toda la semana pegados a la electrola sacando la letra de only you para cantársela a las niñas al oído.  Ahora que cumplió 15 nos trata de mocosas, pero con mi hermana  estamos aprendiendo rock and roll y ensayamos todo el día  con las enaguas can-can que nos encargaron a Arica.  Nos gusta don'´t be cruel  y peleamos porque ella siempre quiere llevarme.

            Por fin fui a una fiesta. Mi mamá dice que  todavía soy muy chica,   pero le rogué toda la tarde y en el último momento me dijo que si  y abrió un par de medias y me saqué los calcetines.   Mi papá nos fue a dejar.  Me solté el moño cuando nos bajamos del auto y se me encrespó el pelo porque estaba lloviendo fuerte.     Bailé  sólo una vez pero como era mi disco  preferido, me lo sabía entero y lo canté mientras bailaba, cause  you've got  personality  walk,  personality  talk,  personality  charm.

             Me quedó lindo el vestido blanco de lunares rojos y escote cuadrado que me mandaron a hacer para la fiesta que nos invitaron al campo.  Me compraron zapatos blancos con un poco de  taco y con el pelo corto  represento 13 o 14.   Me aburrí porque tocaron  Ansiedad  tantas veces, que tuve que decir que no cuando  me sacaban a bailar.    No me gustan los discos lentos,  menos las canciones en castellano porque hay letras que me dan vergüenza.  En Marzo nos vamos otra vez a Santiago.  
           
            Ahora  tengo nuevas amigas y me prestaron un slam book.   Hay que contestar todas las preguntas, ¿Quién te gusta? ¿Estás pololeando? ¿A quien encuentras churro? ¿Cuál es tu canción favorita?     Escribí su nombre y apellido,  a pesar de que su hermana me contó que en Valparaíso tiene una polola  y que los  navales tienen en cada puerto un amor. Es rubia y la odio.   Ahora mi canción favorita es esa que bailé con él  en su casa  y la escucho todo el día aunque me da pena.  Me gustaría que  viniera el sábado a Santiago, que hubiera un bailoteo y me cantara al oído,  I’m sorry, so sorry, that I was such a fool.      Mi mamá me pregunta porqué estoy tan callada, pero le digo que de dónde saca eso: cambio el disco y me pongo a cantar fuerte in the garden of  eden a long time ago.

            Mis primas de Talca nos invitaron a  pasar  el verano a la casa de la  cordillera  y vamos todos los días a bailar a la hostería.   A mí me gusta un chiquillo de Curicó y  el día antes de volvernos, me grabó sus iniciales en el brazo con un cortaplumas: para que tengas un largo recuerdo mío,  dijo.   Me duele mucho y tuve que ponerme un parche curita para que no lo vea mi mamá.   La última noche mientras bailábamos me dio un beso.  Todavía me siento como flotando en el aire.  Nos volvimos a Santiago solas en tren con mi hermana y aprovechamos de fumar. No nos gustó y nos mareamos.  Mi papá nos fue a buscar a la estación y nos vinimos calladas todo el camino.    En la radio  suenan las canciones del verano,   pero ahora se sienten tan lejanas que me dan ganas de llorar,   porque  summer’s  gone,  and no song birds are singing:   because your gone, gone from my arms, gone from muy lips, but still in my heart.


Ximena G.
(transcurso del tiempo a través de la musica